lunes, 15 de diciembre de 2008

París Dakar 1987, En el corazón del Ténéré

Texto: Mauro Fotos: Azalai, Cassiopea (c) Flickr

Un día de enero entramos en el corazón del “desierto de los desiertos”, el Teneré, misión: recuperar un vehículo que tuvo una falla mecánica.

Éramos participantes del 9º Rally Paris-Alger-Dakar en el año 1987,después de una dura y larga etapa, yo y mi copiloto: Anna. llegamos al final con mucha dificultad a causa de la rotura del diferencial delantero de nuestro vehículo; la etapa comprendía desde la frontera argelina hasta Agadez (Niger) (antigua capital del pueblo nómada de los Tuareg) al llegar ya se estaba iniciando la salida de la siguiente etapa. Por lo tanto, no disponíamos de tiempo para realizar cualquier reparación que necesitase el coche, nuestro Mitsubishi sin tracción delantera no podía superar los Erg (formaciones de dunas) en condiciones aceptables para una carrera, no nos quedaba otra opción que tirar la toalla y seguir el rally fuera de carrera (Hors course), con la caravana de los vehículos de asistencia, aprovisionamiento y prensa.

Nos dirigimos a los comisarios de la carrera para comunicarles nuestro abandono, ellos nos informaron que de los tres coches de nuestro equipo que salieron de I-n-Guezzam ( Algeria ) , el de Giancarlo y el nuestro se habían presentado en el control de Agadez, del Mitsu de Claudio no se tenían noticias, estaba todavía en el desierto. Los comisarios nos dijeron que vayamos al aeropuerto, donde se encuentra el Hércules de la organización, dotado de todos los aparatos de transmisión y comunicación de televisiones, radio y organización. Ahí se reciben todas las transmisiones de helicópteros y controles de carrera sobre la situación e incidencias de los pilotos. Cada participante lleva en su vehículo, coche, moto o camión una baliza que entrega la organización en la verificación técnica que se realiza antes de la salida en Paris, la cual se debe activar obligatoriamente cuando tu vehículo no está en condiciones de llegar a un punto de asistencia, así la organización pone en marcha la operación de rescate. Activar la baliza para un piloto es un duro golpe, una derrota que nadie quiere aceptar, y busca un remedio a veces imposible, esperan que pase un camión de su equipo, que lleve la pieza necesaria para continuar. Los que no son de tu equipo ni siquiera se paran, reducen la marcha y miran que no haya heridos y si todo está bien pisan el acelerador y siguen la carrera. Pararse puede salir caro, perder minutos preciosos o peor todavía, hundirse en la arena. El piloto en problemas después de intentarlo todo y de esperar un milagro no le queda más remedio que echar mano de la baliza, quitar el precinto y con un nudo en la garganta apretar el interruptor de activación.

El aeropuerto de Agadez, en aquellos tiempos era una gran pista de tierra. Principalmente utilizado para uso militar o como línea regular nacional de aviones turbohélice del tipo Fokker. El aeropuerto consta de tan sólo un pequeño edificio, un hangar y una vieja torre de control. En la torre hay un militar con una radio, no dispone de radar ni de cristales en las ventanas. El aeropuerto no está vallado y toda la vigilancia son militares armados con el eficaz y económico AK-47.
El Hércules todavía estaba allí, era el último en despegar de la flota de mas de 40 aviones que seguían el rally, el vuelo hasta el final de la siguiente etapa dura un poco más de dos horas, mientras que los primeros participantes en moto parten a la primera luz del día y llegan al final de la etapa a última hora de la tarde. Hasta el momento no se tenían noticias del Mitsubishi Nº 324 de Claudio. Nos informaron que un equipo de la organización se quedaba en el aeropuerto en espera de los camiones escoba (camiones encargados de recuperar a los pilotos que han quedado en pista), también disponían de un helicóptero para realizar las búsquedas. Decidimos con Anna quedarnos en Agadez, no podemos continuar sin tener noticias de nuestros compañeros.

Nos instalamos en casa de un italiano nativo de Roma, que desde hacía algunos años se había ido de Europa para vivir una nueva vida, había habilitado su grande casa como un hostal donde acogía a los turistas que visitaban el desierto, se había casado con una mujer Tuareg y tenían varios hijos, nos encontramos a otro italiano de Milán que se pasaba seis meses al año acompañando a los turistas que venían de su agencia de viajes de Italia. Pero de Agadez, de su historia y de su gente, ya hablaremos en otro momento.

Al día siguiente nos informan que ha nuestros amigos los había recuperado un camión escoba y que llegarían por la tarde ha Agadez. Finalmente tras una larga y ansiosa espera el camión que los transportaba, un MAN 6x6, equipado con asientos tipo rally para el transporte de personas llegó al aeropuerto, cuando los vimos bajar del camión tenían un aspecto desastroso, imaginaros, habían viajado durante dos días en el cajón del camión sin cubierta, comiendo polvo y expuestos al sol, nos contaron que todo estaba funcionando perfectamente, habían salido de un Erg de dunas y estaban ya en un gran Oued ( la huella de un rió seco de hace cientos o miles de años ), no muy lejos de los montes Greboun, que les hubiera llevado rápidamente a Iferouane, pequeño pueblo entre Agadez y Arlet. Cuando el motor se apagó sin aviso alguno, seguramente se trataría de una avería eléctrica, en los diferentes intentos de ponerlo en marcha se acabó la batería, esto no es un problema si te sucede en una carretera europea, pero en medio de un desierto la papeleta es ciertamente complicada, y que al final, el Mitsubishi Nº 324, no tuvo más remedio que activar la baliza.

Con nuestro amigo, después de que se recuperara con una ducha y un buen cous-cous, decidimos organizar la recuperación del Mitsu que ha quedado en el desierto. Primero teníamos que encontrar un camión donde cargar el auto, después de realizar distintas búsquedas, encontramos el propietario de un camión Berliet, camión que había vivido miles de travesías saharianas a las manos de un experto conductor, pero sólo teníamos la mitad de lo que necesitábamos, el segundo paso era contratar a un guía experto, nadie se adentra en el desierto sin un guía, esta es una regla impuesta por la policía y del buen hacer. Nos recomiendan un guía y vamos a encontrarnos con él, como la mayoría de la gente de aquél pueblo era alto y delgado, pero con jeans, Nike y gafas Ray-Ban, todo lo contrario de lo que se espera de un Tuareg, chilava y che-che en la cabeza, nos aseguraron de que era uno de los mejores que había. Contratamos el precio de la expedición, la negociación nos llevó bastante tiempo; sin embargo el tiempo en África es un concepto relativo, al final llegamos a un acuerdo, para nosotros no era una suma muy elevada y para ellos representaría seguramente los ingresos de todo un año. La caravana la componía, el camión Berliet con su propietario, el conductor y el guía en el interior de la cabina. Detrás en la caja, nuestro amigo Claudio, ya acostumbrado a viajar en tales condiciones, con otros cuatro Tuareg y al final Anna y yo con nuestro Mitsubishi. Nuestro vehículo preparado para Rally Raids, estaba dotado tan solo con dos asientos para el piloto y el copiloto y toda la parte trasera venia ocupada principalmente por el deposito del carburante (400 lt), ruedas de repuesto y accesorios.
Último paso, dirigirse a la Comisaría de Policía para registrar nuestra partida, tenemos que dar todos los datos de los participantes, los vehículos, el itinerario y la fecha aproximada de regreso y con todo esto se esperaba que si no volveremos nos vendrían a buscar. Finalmente partimos, pero antes hacemos una parada al mercado para aprovisionarnos de víveres, leña y una cabra viva, la cual sacrificada formará parte de la comida.

El Mitsu de Claudio se encontraba en un punto señalado, sólo en las coordenadas aproximadas de un mapa geográfico específico, en aquellos tiempos el GPS era un instrumento que no se conocía, para orientarnos, utilizábamos brújulas náuticas o aeronáuticas. Recuerdo una noche que estábamos entorno al fuego tomando el típico te verde caliente. El guía nos contó como era su forma de orientarse en el desierto, no utilizaba ningún tipo de instrumento, sólo el sol, las estrellas, los vientos y el tipo de formación de las dunas eran sus principales referencias, con la cuenta de los kms recorridos desde la salida de la etapa; de la descripción aproximada del lugar donde se paró el vehículo y el punto que marcó en la carta, el guía con su experiencia y su instinto confiaba llegar en dos o tres días como máximo.

La noche en África llega de improviso, cuando el sol empezaba a descender detrás de las dunas nos parábamos para acampar, inmediatamente; los Tuareg que viajaban en el cajón del camión preparaban el fuego, uno de ellos preparaba la masa del pan y la metía en un agujero junto al fuego, el fuerte calor de las brasas para nuestra sorpresa hacía nacer un pan de la arena de un sabor delicioso, la cabra, la primera noche ya perdió la cabeza. Claudio se puso un poco triste porque le cogió cariño al ser una compañera de viaje. Con la cabeza prepararon una sopa y le quitaron toda la piel (la piel de cabra se seca al sol para fabricar la Ghirba, que es la tradicional cantimplora Tuareg), y la colgaron al cajón del camión desde donde cada día nos administrábamos la carne que necesitábamos para la jornada, por la noche nosotros dormíamos en tienda de campaña y en saco de montaña, ellos dormían en una alfombra y con mantas cerca del fuego, como dice la gente de allí, dormir a la “ Belle Etoile “. Las noches en África son algo que te cae encima sin previo aviso, que te llegan al alma y no te dejan para el resto de tu vida. El cielo limpio de contaminación muestra toda su auténtica belleza, las estrellas y las constelaciones casi están al alcance de la mano, en la solitud de aquel inmenso desierto la insignificancia del ser humano frente a la naturaleza aparece aún más evidente, finalmente con tus ojos llenos de maravilla, entrar en el sueño y los sueños devienen fábulas y no pesadillas.

Las jornadas pasaban al ritmo de las paradas, los rezos y sobretodo de los frecuentes hundimientos del camión en la arena, en este caso entraban en acción los Tuareg del remolque con las planchas de uso militar y las palas para evitar fatigar la mecánica del viejo Berliet, lo ayudaban a salir de aquellas trampas arenosas, tal como pronosticó el guía. En la mañana del tercer día vimos el coche abandonado cerca de un mar de dunas, intacto como si estuviese esperando, estábamos incrédulos y al mismo tiempo felices. Cargarla al camión nos llevó casi todo el día, hicimos un gran agujero en la arena para bajar la altura del camión y utilizamos las planchas para subir el coche y otra vez más estuvimos contentos de disponer de muchos brazos para cargarlo, finalmente terminada la operación, ya estaba descendiendo el sol por detrás de las dunas, por tanto decidimos acampar esperando a la mañana siguiente, y otra vez nos aprovechamos de la cabra, el te y el pan.
El viaje de vuelta fue más difícil, el camión, ya lento, lo era todavía más con la carga, en el constante pasar entre arena y roca parecía que de un momento a otro te dejaras el alma en el viaje, a nosotros nos tranquilizaba ver que a los Tuareg no les preocupaba demasiado, el rugir del motor, los lamentos y los gritos de los órganos de transmisión que tanto nos preocupaba eran música para los oídos Tuareg, cada vez que el camión se encontraba en dificultad el propietario rezaba hacia la Meca, rogando ayuda al profeta y casi para gratificarlo por su devoción, otra vez el camión salía indemne de la situación.

En la enésima parada pudimos visitar una de las tantas cuevas que se podían encontrar no muy lejos de Iferouane, en la zona rocosa vecina del monte Tangak (1986 m), cerca había un Oued que antiguamente su rivera disponía de vegetación abundante y en la que habitaron tribus prehistóricas, en el interior de las cuevas las pinturas mostraban a una región verde y rica en animales, estaban representadas escenas de caza, un museo al aire libre que te trasladaba a otros tiempos, al encuentro de nuestros antepasados, buscando un poco por la arena, era fácil encontrar puntas de flechas o piedras trabajadas para el corte, encontrarlas y cogerlas daba la sensación de ser los primeros en visitar aquel lugar. El guía nos contó que toda aquella zona estaba llena de aquellos restos, nos contó que a pocos km se podía encontrar un cementerio de elefantes fosilizados de la época de los dinosaurios. Por los alrededores se pueden encontrar agujeros compuestos de una arena que la gente llama fesch-fesch y parece polvos talco, se trata de un material orgánico, una mezcla de restos de plantas y huesos, hay que ir con cuidado porque caer dentro de uno de estos agujeros costaría horas y horas para salir.
Estábamos próximos al final del viaje, después de haber pasado una noche con una temperatura entorno a los 0ºC (en los meses de invierno en esta zona se rozan los 30º a 35ºC y cuando cae la noche descienden hasta por debajo de los 0ºC), esa mañana el Berliet no quería saber nada de ponerse en marcha, después de varios intentos la batería no daba la fuerza necesaria para seguir intentándolo, yo propuse conectar la batería de mi coche a la del Berliet para darle una ayuda, pero el guía me lo impidió, su razonamiento era lógico, si el camión no podía encender su motor, yo podía salir para pedir ayuda y en el caso de que mi batería se descargara, estaríamos en medio del desierto sin recursos.

Otra vez los Tuareg nos dieron una lección de mecánica, primero encendieron fuego y después colocaron las brasas debajo del motor para calentarlo y conseguir hacer más fluido el aceite del motor, lo mismo hicieron con las baterías que increíblemente recuperaron fuerzas, terminada esta operación nos quedamos sorprendidos al escuchar en el segundo intento el rugido del viejo motor, del escape salió un humo negro por la acumulación del carburante en los cilindros de los intentos anteriores, después de unas vueltas del motor su sonido volvió al ritmo normal, nos pusimos contentos e inmediatamente el propietario del camión se puso a rezar para agradecerle la ayuda al profeta.

Llegamos sanos y salvos a Agadez, con algo más en el cúmulo de nuestra experiencia, con el saber de haber vivido una semana llena de sensaciones, el espectáculo de la naturaleza se mantiene tal cual con el pasar de los años, la amistad preciosa de nuestros compañeros de viaje de la cual hemos aprendido el conocimiento del ser y no el del poseer, al final una lección de vida que quedará en nuestro interior para el resto de nuestros días.

1 comentario:

  1. Suelen ser extraños los prejuicios, llegué a este sitio después de estar perdido en internet. Me encontré con esta odisea por el Paris-Dakar, Impresionante esta vivencia y más me impresionó saber desde dónde se relata. Nada menos que una Prisión, Una lección que de golpe me hace ver que hay personas muy interesantes detras de las rejas. Gracias por los minutos, Me hiciste viajar en el rally, por un momento me trasladé a una negociación con los Tuareg, por un momento me sentí perdido en el desierto y por un momento me sentí perdido en una prisión. Intentaré pasarme por aquí nuevamente. Saludos
    Enric

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