jueves, 13 de marzo de 2008

WUALLOMINIDUSEPUAN "chiqui chiqui en Eurovision"

Texto: Jordi Jiménez Aragón

Ya está. O como diría Julio César: «Alea jacta est». Nuestro río Rubicón está atravesado. El punto de no retorno ya es cosa del pasado. Por fin el pueblo español votó democráticamente. Eso sí, por el puro cachondeo. No, no me refiero a las intrascendentes elecciones generales del 9 de marzo. No. Las votaciones realmente importantes, aquellas en las que España se juega mucho más de lo que parece (entre otras cosas, nuestra credibilidad internacional) no tuvieron lugar el domingo 9 de marzo, qué va, sino — quien lo iba a decir — el sábado 8 de marzo. En tan señalado día, España entera votó la canción que defenderá el honor patrio en el próximo festival de Eurovisión, a celebrar durante el mes de mayo en la capital mundial del espectáculo y la canción, o sea, Belgrado.

Y ganó Rodolfo Chiquilicuatre, con la canción del Chiqui-Chiqui. Y pienso yo que por darle un toque internacional, con eso de Eurovisión, podrían renombrarla como «The Chiqui-Chiqui Song», que suena muy inglés y muy… muy eso, seguro que todos me entenderán.

Reconozcámoslo. Buenafuente es un genio. La canción es horrorosa, se la mire por donde se la mire, y el intérprete tiene suerte de que hace 30 años que España abolió la pena de muerte, pero el golpe de efecto es sencillamente genial. El padre de la criatura, como decía, es Buenafuente, que ha sido el primero en percatarse de la verdadera naturaleza del Festival de Eurovisión, tal y como está montado en la actualidad. Tal vez en un pasado remoto, hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana… huy, no, perdón, ya se me ha vuelto a descojonciar la vena friky, a ver si recupero el hilo y que la fuerza me acompañe… Como decía, tal vez en un pasado no demasiado lejano Eurovisión tenía algunos valores artísticos. Recuerdo intérpretes pasables, algunos decentes y unos pocos buenos. Celine Dion, Cliff Richard, Don McLean, Mocedades, Sergio Dalma, en fin, gente con mayor o menor valor musical, pero al menos un cierto valor.

Pero eso es cosa del pasado. No sé exactamente cuando, pero un día ocurrió lo inevitable. Las operadoras de telefonía móvil se dieron cuenta de que la tecnología había puesto al alcance de sus codiciosas garras una fuente de oro. Las llamadas de tarificación especial y los mensajes por SMS las harían hipermultimillonarias. Se pusieron de acuerdo con las televisiones que organizaban el bodrio-festival de Eurovisión, que apenas interesaba a nadie, y le dieron la vuelta. Para empezar, admitieron a los nuevos países que surgían del derrumbamiento del telón de acero y del desmembramiento de las antiguas Yugoeslavia y Unión Soviética. Para aquellos países, que habían dormitado bajo el comunismo durante casi cincuenta años, concursar en Eurovisión era un signo de modernidad. Pobrecillos, así nos podemos dar cuenta de lo desesperados que estaban por integrarse en la Europa moderna. La cuestión es que los dos hechos, aparentemente inconexos, crearon un fenómeno eurovisivo del que ahora pagamos todos las consecuencias. El desarrollo tecnológico en la telefonía móvil y la aparición de nuevos mercados discográficos en Europa del Este les dio la idea a telefónicas y televisiones. Para empezar, se daría paso a los nuevos países, incluso en detrimento de los participantes históricos. ¿Alguien recuerda cuando participaron Italia o Luxemburgo por última vez? Pues eso. En segundo lugar, las votaciones ya no las realizarían jurados, sino que se votaría durante quince minutos por medio de los teléfonos móviles y los mensajes SMS. Todo eso, por supuesto, al módico precio de unas tarifas especiales. Teniendo en cuenta los millones de mensajes y llamadas, una pasta gansa. Pero gansa, gansa. Suculento bocado a repartir entre operadoras de telefonía móvil (¿verdad Vodafone?) y las diferentes televisiones organizadoras.

Y como a la gente lo que le va es la juerga y el cachondeo, el poco valor artístico del Festival, que había ido decayendo, además, año tras año, se convirtió en algo distinto. De hecho, a mi el Festival me recuerda más a un carnaval que a otra cosa. Pero no a un Carnaval como el de Venecia, con sus lujosos disfraces, o a los de Río de Janeiro o Tenerife, con números musicales de indudable mérito. No. Más bien me recuerda a los Carnavales de Cádiz, que respeto y admiro, caracterizados por las chirigotas y las canciones sarcásticas.

Ese es el mérito de Buenafuente. Parece ser que ha sido el primer español que se dio cuenta de la verdadera naturaleza del Carn… digo, del Festival. Seguro que pensó: «Ya que la gente vota por afinidad nacional, o a la canción que más les ha hecho reír, vamos a tensar un poco la cuerda. A ver si tienen suficientes cataplines para votar por una canción que en el fondo es una sátira de todo lo que huele a Eurovisión».

¡Qué! ¿Van cogiendo la idea? Seguro que sí. Porque la canción es eso. Como canción es un bodrio, pero como sátira es sencillamente genial. Impagable. Analicémosla un poco. El cantante no es un cantante, es un actor, y además de uno de los más prestigiosos grupos de teatro catalán, sin duda el mejor de España: La Cubana. La voz, exageradamente impostada, con un acento «sudaca» tan exagerado que uno no puede menos que troncharse de risa. El ritmo es un reggaeton simplón, pero resultón. La letra, qué vamos a decir de la letra…, mejor escúchenla, y se darán cuenta. Hay referencias a los políticos nacionales (Rajoy, Zapatero), internacionales (Hugo Chaves), a la propia monarquía (¿Por qué no te callas?), y a las modas musicales en materia de bailes ridículos (el “moonwalk”, por ejemplo). Pero si elimináramos estas alusiones de la letra, se quedaría en una letra insulsa, en prácticamente nada.

Pero eso no es lo peor. Al lado de Rodolfo Chiquilicuatre, el Chaval de la Peca parece el colmo de la elegancia. Lo de Rodolfo es impagable. Es una mezcla de Georgie Dann y Elvis Presley, con un tupé increíble, y parece vestido por su peor enemigo. Y la guitarra… Y las bailarinas, con un aspecto de pilinguis que tiran de espaldas.

Todavía hay quien se ofende porque España envíe semejante participación a Eurovisión. Eso es que no se han percatado. Buenafuente sí. Que España envíe a Rodolfo y sus chicas a cantar al Chiqui-Chiqui demuestra que nuestra salud mental es más buena de lo que se podría pensar. Empezando por Buenafuente y acabando por todos los miles de españoles que han captado la idea y han votado porque sea «La canción del chiqui-chiqui» la que represente a España ante el resto de la Europa televisiva. Así se enterarán de la importancia que realmente damos al bodrio en que se ha convertido el festival en los últimos años. Si en Eurovisión todos se ríen de todos, ¿por qué razón no vamos nosotros a reírnos más que nadie? Pues sí señor, bien pensado, bien por Buenafuente, bien por Rodolfo y bien por todos los que han votado por ellos. Este año sí que valdrá la pena soportar el Festival. No sólo por las canciones sino, sobre todo, por las votaciones.

Porque eso puede ser la traca final. Vamos a ver. Dice la Ley de Murphy que un caso extremo nunca lo es: siempre puede ir a peor… ¿Se imaginan que ganamos Eurovisión con la canción del chiqui-chiqui?

Virgen santa…

3 comentarios:

  1. Ja, ja, ja, ja, ja... Jordi...

    Gracias por la risa desde la ironía... me ha gustado mucho tu reflexión.
    Estoy muy de acuerdo en eso de que todo el sarao que se ha montado demuestra la "salud mental" de los españoles, o más bien de algunos, ya que pro desgracia no todo el mundo tiene acceso al móvil o a internet...
    De todas formas comparto contigo el resto de las reflaxiones.
    Apa.. ahora que gane el ¿mejor?
    eurosaludos ;-)

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  2. gracias Jordi, muy buen trabajo con el artículo. WUALLOMINIDUSEPUAN, genial!!!
    Alex

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  3. Tu trabajo me parece estupendo y digno del más prestigioso diario adelante, tus comentarios son de lo más acertado. Pilar

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