lunes, 6 de octubre de 2008

INTOLERANCIA (Capítulo II)



Texto: Jordi Jiménez Aragón Foto:Jeff Werner

Hace unos días escribí un artículo con el mismo título que éste, si bien era al capítulo I. Tal vez usted se pregunte ¿por qué? Bueno, pues este artículo, que pretende ser la continuación en lo relativo al tema (la intolerancia), tal vez sea una buena respuesta, si bien me temo que no será la última.

Ese pequeño detalle, que no sea la última respuesta, no deja de ser un mal síntoma. Verán, para aquellos de ustedes que no sepan donde se meten cuando entran en este blog, deben saber que la mayor parte de los que escribimos cumplimos condena en prisión. De hecho, puede escribir cualquiera que mande su escrito o su artículo a nuestro “blog-master” (le llamo así porque sé que no le gusta, je, je, je…), quien lo juzgará adecuado o no para su publicación, en función del carácter y objetivos del blog. No, no se confunda, por favor. No se trata de censura. Se trata de que quien escriba algo sepa exponer lo que piensa sin tener que insultar a nadie y sin hacer apología de determinados comportamientos, rechazados por la mayor parte de la sociedad en su conjunto (violencia, racismo, terrorismo, nazismo, etc.). Por cierto, un aparte: ¿se han fijado en que casi todas las cosas malas acaban en “-ismo”? Cierro el aparte. A lo que iba, quien quiera escribir acerca de lo que quiera, pero sabiendo exponer sus ideas sin insultos y con respeto a valores ampliamente reconocidos (respeto a las opiniones ajenas, educación y amabilidad en el trato con los demás, etc.), puede hacer uso de este blog para difundir sus ideas.

Lo que me lleva a la pequeña reflexión de si mi artículo anterior pudo ser ofensivo hacia los seguidores radicales (también llamados “ultras”) de algunos equipos de fútbol. Si le preguntamos a alguno de ellos, aunque dudo de que lo hayan leído, seguro que se siente muy ofendido, pero estoy casi completamente seguro de que no tanto por algunas de mis afirmaciones como por el simple hecho de no compartir sus credos. La diferencia principal entre un “hincha” radical y yo es que yo estoy dispuesto a hablar civilizadamente con él para tratar de solucionar el problema, mientras que lo más probable es que él sólo esté dispuesto a pisarme la cabeza. Su orgullo está herido. Necesita vengarse. Dudo de que ni por un momento se replantee su actitud. Al fin y al cabo, él no hace otra cosa que divertirse animando a su club ¿no es cierto? Si con su forma de animar y divertirse molesta, agrede y atemoriza a otras personas, ese no es su problema. Pero si alguien les recrimina algo en relación con sus actuaciones (¿están conmigo en que hay mucho de teatro en su forma de animar al club de sus amores?), entonces necesita vengarse, no vaya a ser que confundamos su posible falta de reacción con debilidad. ¿O tal vez tema que los que confundan falta de reacción con debilidad sean sus propios compañeros radicales, y nuestro “hincha” se comporta como se comporta por miedo a ellos? ¿Saben qué escuché una vez y se me quedó grabado en la mente? Pues que cualquiera puede entrar en un grupo de índole radical y extremista (llámese banda criminal, organización terrorista, peña de seguidores “ultras” de un club de fútbol), pero se necesita ser muy, pero que muy hombre, para salir de ese mismo grupo, sobre todo si hablamos de salir solo y contra la opinión del resto de los miembros del grupo. A ver si lo que les une no es el amor a unos determinados ideales, sino el miedo que sienten hacia sus propios compañeros. Sería curioso…

Pero hoy quería hablarles de un tema que tiene que ver con la intolerancia, y todo lo escrito sólo ha sido una introducción (a la vez que un colofón a mi anterior artículo) a dicho tema: la venganza.

Dios dijo: “La venganza es sólo mía”. Curiosamente, la mayor parte de los seguidores de Dios, ya sean judíos, cristianos (sobre todo los católicos, aunque no exclusivamente) o musulmanes, no cumplen con esa parte de la palabra divina. ¡Hay que joderse! (con perdón). O sea, que respetamos lo que nos interesa, pero lo que no nos interesa respetar, pues eso. Cierto es que en la Biblia también encontramos la famosa ley del talión, el ojo por ojo, pero entonces, ¿a qué debemos atenernos? ¿Interpretamos que sólo Dios puede vengarse o por el contrario la venganza es buena a los ojos de Dios? ¿Qué podemos opinar acerca de un Dios que se contradice y nos confunde? Los piadosos dirán que Dios no se contradice, sino que sus hijos (o sea, nosotros) no lo interpretamos adecuadamente. Bueno, dejo aparcado para otro artículo el tema de si Dios dijo esto o aquello, y a quien se lo dijo, y todo eso… Hoy quería hablar de la venganza, pues a ello.
¿Cabría interpretar la ley del talión desde otro punto de vista y no sólo el de la venganza? Verán, en prisión uno puede dejar pasar el tiempo o tratar de aprovecharlo. Yo soy de estos últimos. Hace años me puse a estudiar Derecho, y aunque no lo he acabado todavía, ya me falta poco. De modo que puedo decir con algún rigor que al estudiante, no ya de primero de Derecho, sino del curso de acceso introductorio para mayores de 25 años, se le enseña que la primera concepción del Derecho equivale a “dar a cada uno lo suyo”. Sobre esta base construimos un edificio, al que llamaremos Derecho, y el respeto que demos a ese concepto de dar a cada uno lo que le pertenece es el hormigón armado que dará fuerza y resistencia al conjunto del edificio. Poco respeto a ese concepto es lo mismo que poco hormigón, y eso arrojará dudas sobre la durabilidad y entereza del edificio que pretendemos construir.

Tal vez el primer ejemplo histórico de “dar a cada uno lo suyo” sea el famoso juicio de Salomón, al pretender partir en dos al hijo recién nacido reclamado por dos madres distintas, para averiguar, por sus reacciones, cuál era la verdadera madre. La falsa madre estaba de acuerdo con la aparente sentencia de partir al niño en dos mitades. Perdió, pero su forma de actuar me sirve para enmarcar mi punto de vista. Esa mujer, la falsa madre, utilizó la posibilidad de acceder a juicio sólo para vengarse. ¿Cómo cabe entender, si no es por venganza, tal actitud en relación al niño y a la verdadera madre? Si sólo hubiera sido una madre que perdió a su hijo y quería otro, aunque tuviera que robarlo a otra madre, no hubiera deseado la muerte del niño. El deseo de su muerte es un signo inequívoco de que quería vengarse de la otra mujer, y para ello, para su propia venganza, no dudó en utilizar el Derecho, acudiendo a juicio para que el rey-juez Salomón impartiera justicia.

¿Ocurre algo parecido en nuestros tiempos, o tal comportamiento es cosa del pasado? Casi a diario tenemos para desayunar, comer y cenar multitud de noticias violentas. Algunos informativos de televisión parecen más una versión televisiva de aquel famoso periódico (“El Caso”) que se dedicaba en exclusiva a informar sobre los más diversos crímenes. No se difundían por la caja tonta. Para empezar, porque sólo había una cadena, y además, era la cadena oficial, controlada por el régimen. Sólo se difundían programas amables, nada críticos, y que mostraran la imagen oficial de la dictadura. Pero “El Caso” era distinto, cumplía una función social, que permitía el uso conjunto del chismorreo y los deseos de venganza, aunque fueran por desgracias ajenas.

El ser humano no es jurista, amante del Derecho. Sólo lo son algunos individuos. Todos los demás afirman que desean respetar la ley y obedecer todos sus mandatos, pero casi todos se reservan, aunque no lo digan, el derecho de vengarse si la ocasión lo requiere, aunque ello sea contrario a la ley. ¿Saben? La televisión no es forzosamente mala. De vez en cuando se pueden encontrar cosas bastante decentitas, y no hablo ahora de los documentales de “la 2”. En una teleserie de las que merecen la pena un tribunal de admisión interrogaba a un aspirante a juez (estadounidense, of course) si estaba a favor o en contra de la pena de muerte. El aspirante, sin titubear, se manifestó en contra. Entonces, una mujer del tribunal le preguntó que qué pensaría si un criminal matara a su mujer o a su hijo. El aspirante respiró hondo y dijo, poco más o menos, que si tal cosa sucediera, él mismo mataría al asesino de su familia, pero que no debía confundirse el estado de ánimo, la ofuscación o los deseos de venganza de un único individuo con la forma en que la sociedad debía afrontar la violencia criminal. El aspirante a juez opinaba (y yo con él) que la sociedad en su conjunto tiene la obligación de intentar evitar tales conductas, y reprimirlas y castigarlas cuando se producen. La sociedad, para poder castigar debe tener una autoridad conferida por el conjunto de sus miembros, es decir, todos nosotros, y para ello pone en marcha un aparato judicial y policial, bajo la soberanía estatal, que somos todos. Pero además, para poder castigar debe tener una autoridad “moral”, consistente en diferenciarse de la forma de actuar que pretende reprimir. Matar es matar, aunque se le llame pena de muerte, y la imponga un juez en una sentencia. Y salvando las formas, muy jurídicas y elegantes, la sociedad que castiga con pena de muerte no hace otra cosa que vengarse, y eso es lo mismo que rebajarse a la misma altura que el criminal, o que el padre de familia ofuscado por la muerte de sus hijos. Por tanto, el dinero de los contribuyentes que financia y paga a los que no son otra cosa que servidores públicos, se emplea en esos casos en rebajar la categoría moral de esos servidores públicos, y por extensión de toda la sociedad. Pero claro, ocurre que los servidores públicos no hacen otra cosa que atender las voces, a veces gritos, de la sociedad que clama por que se aplique la ley del talión, en su vertiente de venganza.

Por suerte en España no hay pena de muerte. ¿Por suerte? Hay otros modos de venganza. No serán tan crueles y definitivos como la pena de muerte, pero tarde o temprano se muestran bastante crueles y definitivos en otros aspectos. Me explicaré. Dejaré para otro artículo cómo veo el asunto de la relación entre criminalidad (sea del tipo que sea) y otros aspectos de interés, tales como pobreza, educación, marginalidad, etc. Son, simplemente, otros ángulos desde los cuales poder ofrecer una visión de conjunto sobre la intolerancia en que vivimos. Pero hoy toca la venganza. Ya hemos analizado la venganza individual, siempre triste por cuanto la rechazamos a priori, pero nadie está seguro de no recurrir a ella si el daño lo sufre en sus propias carnes.
Lo que ocurre es que el ser humano también acepta, incluso desea, la venganza como acto solidario. No es necesario que sea usted el directo perjudicado por una acción criminal. Basta con que sea alguien cercano a usted. Ni siquiera hace falta que sea de su entorno más cercano, familia, amigos o compañeros de trabajo. Basta con que usted vea en la televisión lo que le ha sucedido a alguien de otra ciudad, incluso de otro país, para que afloren sus deseos de venganza. Por supuesto, no todos los delitos incitan a esa catarsis colectiva que confunde justicia con venganza. Justicia es, recordemos, dar a cada uno lo suyo, y cuando se produce un crimen se debería analizar todo lo que rodea a ese crimen, pero como dije antes, eso requiere un artículo por sí solo. Centrémonos en la diferenciación entre individuo y sociedad en lo tocante a la venganza. Que el padre de una niña asesinada clame venganza (aunque la llame justicia) se entiende perfectamente. Que clamen venganza sus familiares y sus amigos y vecinos, también. Entiendo menos que dos, tres o cuatro millones de personas estampen su firma en apoyo de esa venganza, pero aunque en menor grado, lo entiendo.

Lo que a mi modo de ver es inadmisible es la postura de determinados servidores públicos (ponga usted el nombre que quiera, seguramente acertará), quienes cobran sus estupendos sueldos con cargo a todos nosotros, para cosas muy distintas de aquello que nos prometieron cuando los elegimos. Si al final hacen lo mismo que haría cualquiera, usted o yo o el vecino, ¿qué diferencia hay? ¿Por qué no se establecen turnos rotativos, como para ser presidente de la comunidad de vecinos de su bloque? Porque al fin y al cabo estos señores no hacen el trabajo que nos prometieron que harían. No digo que no hagan nada, muy al contrario. Pero su interés principal no es cumplir con los programas electorales y las necesidades del país. Su interés principal es eternizarse en el cargo (por ejemplo, Jordi Pujol, presidente de la Generalitat durante 23 años, o Manuel Fraga, presidente autonómico gallego durante casi tantos años, o tal vez más, ya perdí la cuenta), y salir elegidos una vez más, o sopotocientas, o las que haga falta, hasta la jubilación. Y para ello no han de cumplir sus promesas, no, qué va… Para conseguir su gran objetivo (no dar un palo al agua durante años y años y años) les basta atender a la opinión pública y decirles que sí a todo, por muy descabellado que resulte. Vamos, la famosa alarma social.

En otras palabras, y para entendernos, si la opinión pública pide venganza, los servidores públicos procuran ofrecerla para así contentar a la opinión pública. Pero es imposible tenerlos contentos a todos, eso ya lo sabemos. Les llamo servidores públicos porque no sólo les ocurre a los políticos. Les ocurre a ellos, por supuesto, pero también a los jueces, los fiscales, los secretarios judiciales, los periodistas de los informativos, los reporteros que sólo buscan la noticia más sensacionalista, los funcionarios de prisiones, los jueces de vigilancia penitenciaria, los psiquiatras forenses, los abogados de las acusaciones particulares. Se haga lo que se haga y se diga lo que se diga, siempre, siempre, siempre se tiene en cuenta como se recibirá el mensaje por la opinión pública.

Sería mejor que todos esos servidores públicos no olvidaran el verdadero sentido de su función, y con ella, de su salario. La sociedad, esa misma que clama venganza en hechos puntuales, de vez en cuando retoma la cordura que nunca debería abandonar, y establece un sistema de valores que debe ser respetado. Cuando alguien no respeta ese sistema de valores debe ser reprendido, castigado, pero también debe contar con la posibilidad de enderezar su conducta futura y volver a la sociedad, por decirlo de alguna manera, “curado” de su “enfermedad” que le hizo delinquir, es decir, no respetar el sistema de valores de la sociedad. Para ello la sociedad se otorga a si misma unos determinados códigos de conducta, a los que llamamos “leyes”.

Repito que cuestionar el sistema social de valores es objeto de otro artículo, no de este, pero es importante no perder algo de vista. Desear que algunos delincuentes “se pudran en la cárcel” o “no salgan nunca de la cárcel, y mueran en ella” tiene poco de justicia y mucho de venganza. Desear tales cosas es rebajarse a la altura de los que hemos cometido delitos. Pero es algo peor que todo eso. Esos deseos de venganza expresados con esas frases tan lapidarias significan en última instancia que la sociedad, en que los distintos delincuentes hemos vulnerado la ley, no es capaz de reconocer que está lo bastante enferma como para generar elementos indeseables. Y además esa misma sociedad no es capaz de “arreglar” esos fallos en su sistema social y por ello no encuentra más solución que apartar a los delincuentes de la circulación, y meterlos en la cárcel, sin más.

Se olvidan, o aún peor, se desprecian, los motivos que llevan a algunas personas a cometer delitos. Por tanto, no se toman medidas a medio y largo plazo para evitar los delitos en origen. Por poner un símil, es como el médico que ante un dolor receta un analgésico, pero no se molesta en investigar el origen del dolor y que, una vez localizado, se pueda tratar de forma más adecuada para evitar que surja de nuevo. El mal médico se limita a recetar analgésicos. Si el paciente se muere, que se muera, pero a él que no lo molesten más allá de lo necesario.
La venganza nunca es admisible. Dios dijo que era sólo suya. La venganza individual, la reacción inmediata ante el daño sufrido, se llega a entender, aunque sea conveniente reprimirla. La venganza colectiva, entendida como reacción ante una determinada situación, es explicable, aunque no justificable. Pero los profesionales que trabajan en los distintos ámbitos de la sociedad tienen una clara responsabilidad en este asunto. Si cuando la sociedad, consciente de su existencia, se dota a sí misma de un conjunto de leyes que considera necesario mantener y respetar para permitir la convivencia, la labor de los servidores públicos (concepto que va más allá del funcionario-empleado estatal, incluyo en el ámbito de los servidores públicos a todos aquellos que con su labor diaria influyen decisivamente en los intereses públicos y en la opinión pública) consiste sobre todo en aplicar y desarrollar el sistema normativo. No sólo aplicar, sino aplicar y desarrollar. Cada nuevo día nos lleva a nuevas necesidades. Todos los problemas tienen su origen, y puede y debe ser investigado para poder hallar una solución. Servir al público las cabezas de algunos, al modo que Herodes presentó ante Salomé la cabeza de San Juan Bautista, puede ser un gesto muy efectista, pero, y eso es lo jodido, nada más que un gesto efectista, jamás una solución, ni siquiera un principio de solución.

Cabe pedir más a los servidores públicos. Cabe pedir cordura y mesura. Cabe pedir análisis fríos de los problemas, búsqueda de soluciones tanto a largo como a corto plazo. Cabe pedir que incluso para los indeseables como nosotros, los delincuentes, se tenga el mismo respeto y escrúpulo en la aplicación de todas las leyes que nos afecten (no sólo de las penales) y de las noticias. ¿No se han fijado en que sea cuál sea la expresión facial de un delincuente al que están juzgando, los informativos califican invariablemente dicha expresión facial como “fría”, “dura”, “imperturbable” y otros adjetivos semejantes? Jamás oigo hablar de un delincuente que se muestre arrepentido en el juicio. Ni tampoco oigo hablar de otros delincuentes que se encuentren (como muchos de nosotros que sólo hemos cometido un error en la vida, y que no se nos puede calificar como “delincuentes profesionales”) confundido o como perdido, sin saber muy bien lo que pasa. ¿Nunca se han preguntado el por qué de todo ello? Es pura psicología elemental: atribuyendo cualidades negativas a los delincuentes (mirada dura, expresión imperturbable, sangre fía, etc.), tanto si las muestran como si no, la contraposición, el contraste con los “honrados”, hace que los “honrados” se vean a sí mismos mejores de lo que realmente son, y en todo caso, se vean a sí mismos diferentes, sobre todo de los delincuentes.

Se trata de un mecanismo de auto-defensa: “yo no soy como él, luego soy mejor que él”. En el fondo, hablamos de miedo. Si viéramos en algunos delincuentes a seres semejantes a nosotros, tendríamos mucho miedo de poder pasar por uno de ellos a ojos de los demás. Por tanto, diferenciarse es básico. ¿Cómo consigue uno diferenciarse? En primer lugar, no cometiendo delitos. Ese es un buen consejo, y un buen camino. Pero no es suficiente. Para diferenciarse todavía más, hay que criticar a todo delincuente que conozcamos, y pedir que cumpla íntegramente su condena, y cuando la cumpla, rechazarlo socialmente y no aceptarlo por su condición de ex-delincuente. Y si el delito es lo bastante grave, que no salga jamás de la cárcel. Y si el delito no es lo bastante grave, pero nos ha perjudicado grandemente (piense en el juez Tirado, por ejemplo), le deseamos que ya que no puede ir a parar a la cárcel, por lo que menos que se muera de hambre y asco, rechazado por todos. A eso lo llamo yo deseos de venganza.

Así somos, socialmente hablando. Es un comportamiento tan calado en nuestro subconsciente social que se puede encontrar hasta entre los presos. Basta que uno sea acusado de determinados delitos, incluso sin haber llegado a juicio, en prisión preventiva, para ser rechazado incluso dentro de la misma prisión por el resto de presos. Hace poco, un condenado por violación con trece años de cárcel a sus espaldas resultó inocente después de que se le sometiera a la prueba del ADN. ¿Saben de qué se lamentó amargamente cuando al fin lo pusieron en libertad? ¿De los largos años de prisión? ¿De los insultos y amenazas del resto de presos? No. Se quejó, pura y simplemente, de que nadie, nadie, nadie, le pidió perdón por el error que cometieron con él.

Así de duros somos, vengándonos de todo aquello que tememos o que no comprendemos. Ese es nuestro calmante para el dolor, pero si no investigamos su origen, volverá a martillearnos y ¿qué haremos? ¿tomarnos otra aspirina más?

Ya sé que con este artículo no voy a solucionar nada, y que se deberían arreglar muchas otras cosas antes que la situación de un colectivo social tan despreciado como el de los presos. Pero ¿saben una cosa? Todas las casas tienen distintas habitaciones, algunas más grandes, más cálidas y más confortables que otras, pero en todas las casas tienen también habitaciones en las que deshacerse de los desperdicios (baños y retretes). Pues bien, incluso en esos lugares se quiere limpieza e higiene ¿verdad? ¿O simplemente porque usted va allí a soltar lo que suelta, lo que ya no le sirve, sería justificable tener ese espacio como un estercolero?

Sólo me gustaría que quien lea esto piense un poco sobre ello. Ni siquiera pretendo que piense igual que yo. Eso no es importante. Pensar sí. Sobre todo pensar por uno mismo, en lugar de adoptar sin más las ideas de los demás, aunque sean buenas. No las adopte porque sí, sino después de un periodo de reflexión. Este artículo quisiera ser una invitación a ello. Le ruego que la acepte.

Fin del capítulo segundo.

Tema relacionado: Intolerancia (Capítulo I) Intolerancia (Capítulo III) Intolerancia (Capítulo IV) Intolerancia (Capítulo V y Último)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

tu comentario se publicará a la brevedad, gracias por colaborar.